Ímpetu anárquico

Konrad Tobler. 2013

Un pantalón sobre un fondo oscuro. Una granada que recuerda algo embrional. Un cisne, dos cisnes. Un vaso de leche. Un cuchillo largo. Bragas.

Estos son algunos de los motivos trabajados por Adela Picón en su novísima pintura. Puede llamar la atención e incluso sorprender, que esta artista conocida desde hace años por sus vídeos y vídeo instalaciones, que contienen a menudo – aún sin ser demasiado explícitas – reflexiones políticas, haya vuelto a la pintura (sin dejar por eso sus investigaciones videográficas). Efectivamente, se trata de una vuelta, porque ella es pintora desde el principio, pintora del todo: esta fue su formación, un aprendizaje marcado por el mundo pictórico de Antoni Tàpies, que reinaba en la España de entonces. Esa pintura de tonos ocres  y de signos, descrita tópicamente como pintura mediterránea. Tampoco el profesor de Adela Picón, Joan Hernández Pijoan (1931 – 2005) era el pintor abstracto como se le llamó a menudo: él se basaba en la realidad, en paisajes áridos, los reducía y los estructuraba fusionando figura-fondo. Todo esto se puede observar en la obra temprana de Adela Picón. Más tarde, cuando llegó a Suiza, ella se alejó de estas raíces a veces también marcadas por lo gestual y se acercó a una pintura geométrica ornamental y severa, para finalmente apartarse de ella por el vídeo. No encontraba en la pintura misma un medio para dar forma a sus reflexiones. Pero, según parece, la pintura solamente se retiró a un segundo plano, probablemente como un deseo desplazado, como un potencial dormido. 

La vuelta a la pintura Y ahora vuelve como con una especie de inventario: granada, pantalón, cisne, vaso de leche, fusil, cuchillo, o un paisaje de montañas reducido a cuatro superficies pictóricas con una luna grisácea. Sin calificarlo demasiado rápido, estos objetos son de una cierta banalidad que parece encontrar su resonancia en la pintura. La banalidad de los objetos es un fenómeno con mucha tradición en el genero del bodegón, pero también es el foco de muchas pintoras y pintores contemporáneos (pensemos por ejemplo en Silvia Bächli). En un segundo instante, los objetos de Adela Picón – por simples que aparezcan – se revelan como cosas que nos hablan de algo. Recuerdan algo que no podemos precisar de inmediato. Por supuesto: fusil es fusil, es guerra, es muerte. Lo mismo con la granada. ¿Y el cuchillo? ¿Y el vaso de leche grisáceo?

Adela Picón habla de la imagen de los recuerdos. El vaso de leche: durante la dictadura fascista de Franco, cada tarde los escolares lo recibían (y por la mañana: el himno nacional y el saludo a la bandera). Un vaso de leche para el bien del pueblo. Pero en la memoria de la artista eso queda en un recuerdo gris. Así, nos acercamos a algunos de los motivos (no obstante, sin explicarlos todos). Son ocurrencias del pasado y del presente, algo que Adela Picón encontró, que le llamó la atención. Que la guerra civil española – la artista se crió en los años de la posguerra en Cataluña, tierra muy disputada –, que esa herida tan profunda no se curó, se refleja en temas como el fusil o la granada.

Lo temático de esta pintura tiene ciertamente algo de asociativo. Unos objetos se arraigan y encuentran, de manera relativamente espontánea, su paso a la pintura – sin que para cada cosa se tenga que contar siempre todo. Simplemente está ahí. Habla sin voz. Pregunta sobre todo.

Conceptos pictóricos La supuesta banalidad de la pintura, y no es de extrañar, es una cosa bastante más compleja de lo que parece a primera vista – y por lo tanto, lo banal ya se ve revocado: conservado y llevado más allá. La artista no niega que se trate de una pintura rápida. No aplica capa por capa como en la pintura al óleo. En esta pintura acrílica cada pincelada es una composición, formando la piel del cuadro. La figura, generalmente más clara y sin sombra, y su fondo bien desmarcado son pintadas como dos entidades que se encuentran. Se trata de una opción consciente, conceptual, que implica un modo de trabajo veloz, pero de mucha concentración – usando generalmente un pincel relativamente ancho. Es igualmente conceptual la selección de los colores a la que la artista se somete. Con solo cuatro colores, ella desarrolla su paleta. Prohibido está el azul, utiliza exclusivamente el negro y el blanco, el rojo y el amarillo. De ahí surge una diversidad de tonos y matices que tiende hacia lo oscuro, hacia la tierra, evitando a la vez lo escandaloso (y lo gestual).

Así, la cosa se hace cada vez más compleja. Tampoco la composición es simplemente una ocurrencia. Esta se basa en una fotografía que Adela Picón realizó de los objetos que le llamaban la atención.  Proyectándolo sobre el lienzo, el objeto se ve de cierta manera medido y colocado en el espacio pictórico. Es ahora cuando empieza el proceso de pintar, durante el cual la pintora se disocia de los colores y a veces incluso de la forma, de la realidad proyectada (la fotografía solo sirve como empuje para pintar). En este momento ocurre lo decisivo: con la elección de la paleta de colores – ¿por qué un determinado color? – se decide aquello que puede describirse de una manera un tanto imprecisa como “la atmósfera del cuadro” (el vaso de leche grisáceo, por ejemplo).

¡Viva la libertad! A lo que quiere llegar Adela Picón con esta nueva fase en su trabajo – y ella afirma: ¡no es un abandono del vídeo! – no es otra cosa que el anhelo de libertad. De eso habla el título superpuesto. Es el anhelo de liberar y liberarse de los recuerdos. El anhelo de querer saberlo de nuevo.

Es el anhelo de la pintura arrinconada. El anhelo del anhelo: de imágenes nuevas, simples, incluso banales; el anhelo de atreverse. Puede que importen también las ganas de superar roles y atribuciones rutinarias. De todo eso nos habla esta nueva pintura de Adela Picón; y eso tiene algo de anárquico en el mejor sentido de la palabra (como el anarquismo tuvo su corto verano precisamente en Cataluña, donde creció la artista).